Hablar de autonomía en niños pequeños invita a retomar las palabras de Anna Tardos - hija y continuadora del trabajo de Emmi Pikler-  y hacer de ellas un mantra: no es una finalidad en sí misma, sino un derecho por el que el adulto debe velar.
No se puede enseñar, hay que acompañar la evolución hacía la autonomía.  


Uno de los principios de la pedagogía pikleriana es el empeño constante para que cada niño se sitúe en el mundo y comprenda el significado de las cosas que le rodean,  viéndose como un niño “capaz de hacer” y sintiendo su propia competencia.
Este sentimiento - que genera confianza en sus propias capacidades y en su propia eficacia  y que marca el “ser autónomo” propiamente dicho - tiene una importante repercusión sobre su manera de actuar y sobre los objetivo que se propondrá, es decir influirá en toda la estructura de su personalidad futura (creando un YO fuerte y seguro!).
Si el niño siempre recibe pasivamente, esperando   …ni siquiera se le ocurre que podría querer alguna cosa. Como podemos esperar que más tarde tenga su opinión personal sobre las cosas?




¿Qué significa "ser competente" para un niño pequeño?

  • la capacidad de elegir y decidir sus actos;

  • la puesta en marcha de movimientos y actividades para cumplir con el objetivo propuesto;

  • lo más importante: la utilización de toda la experiencia obtenida en los éxitos y fracasos anteriores en la elaboración de nuevos planes.

(Connoly y Bruner, 1974)



En su juego autónomo, desde el primer año, el niño aprende a aprender, es decir aprende a star atento a los efectos de sus actos:

los repite y los perfecciona observando sus resultados, contempla, acepta el fracaso momentáneo y modifica su plan de acción de manera flexible. La repetición de una acción le da la posibilidad de darse cuenta de sus efectos y  memorizarlos para buscarlos en otra ocasión, con una actitud de cuestionarse las cosas que pasan y buscar él mismo la respuesta. Cada nueva adquisición no emerge hasta que la anterior esté bien consolidada, cosa que proporciona al niño dominio real del gesto y seguridad en la ejecución.


Aprender a aprender se refiere también al placer generado de su propia actividad que se percibe por su interés vivo, su atención concentrada,  su serena  intrepidez y tenacidad. No tiene verdadero valor si no está acompañada por un disfrute de hacer las cosas por sí mismo!

Este gusto se agota  pronto si  no es alimentado por la relación afectiva con el adulto que le sostiene emocionalmente

a través del dialogo y una verdadera cooperación en los cuidados cotidianos, cuando el bebé participa en las coreografías, señalando en ello su interés por lo que ocurre con él, por su persona.


Como en el caso de la autonomía, la participación también no se pide sin más; se construye y se promueve llamando la atención constantemente sobre lo que se está haciendo, esperando a que el niño se de cuenta y solo entonces pidiéndole que realice el gesto complementario (ejemplo, levantar un pie para sacar el pantalón).
El objetivo es el proceso de atención reciproca aceptando si el niño no quiere aprovechar la alternativa que se le propone.


Reconocer su iniciativa, independencia y voluntad es la base para crearla; el niño solo expresa su voluntad si merece la pena, es decir si siente que hay alguien atento a  reconocerla y percibirla .
Se siente tomado en consideración tal como es, generando en él un sentimiento de que vale la pena expresar su “yo”.


“No queremos educar niños buenos , niños que lo aceptan todo sin ninguna voluntad, sin pena ni gloria: esta bondad es pura apariencia”.

(Mária Eröss 1974 educadora de la Casa-cuna  en Loczy)


La independencia no comienza cuando, por ejemplo, un niño de tres años ya sabe desvestirse sin ayuda, sino cuando un bebé participa en el proceso, toma la iniciativa y comprende lo que estamos haciendo.

Un tema que por forma parte de nuestra experiencia educativa en Cucú es el cuidado de sacar los mocos. A menudo he acompañado a niños con mucho rechazo al principio en dejarse limpiar. En lugar de realizar un gesto rápido - que puede agobiare el niño y crearle  este rechazo - de forma mecánica, sin casi que el niño se entere…porqué no ir paso a paso? Te enseño el papel, tócalo si quieres, porqué necesito limpiar los mocos de tu nariz” .  Este acompañamiento le llevará a que un día, cuando esté preparado, pueda cogerlo y limpiarse solo.



El movimiento libre es la infraestructura de una verdadera autonomía.

La autonomía corporal es la primera manifestación de su competencia.
En el desarrollo motriz global  hablaba de como la natural evolución de las posturas - desde la posición ventral a la marcha - se manifiesta sin intervención directa del adulto.
Si le permitimos habitar su cuerpo, descubriendo cada postura por él mismo, el niño aprende a organizar, modular, detener sus esfuerzos y volver al estadio anterior para continuar a descubrir el mundo que le rodea.

Las posturas asumen un rol decisivo en el proceso: aseguran el pasaje de un equilibrio al otro, con fluidez.
Podríamos decir que la esencia de la autonomía radica en saber reconstruir y reajustar el equilibrio. El hecho de que siempre pueda restablecerlo, le permite mantener la atención sin que hayan  “cortes”.

Absorto en sus experimentaciones, no tiene necesidad de la presencia próxima y permanente del adulto, de su participación o ayuda ( puesto que sin él no se siente capaz). Lo importante es que pueda sentir e imaginar su presencia, saber que está disponible si le necesita.

Observar sus capacidades en lugar que sus incapacidades, es la clave para fomentar la autonomía del pequeño.


El fantasma de lo que todavía no hace, queda atenuado valorando lo que ya hace y dejándole el tiempo de adquirir más calidad, riqueza, facilidad, armonía y precisión en la misma etapa, agotando todas las posibilidades y experimentaciones que ésta le pueda ofrecer.


Él no juega, vive muy seriamente, implicando todo su ser,
cada descubrimiento es apasionante.